Quilino
Bajo un cielo gris del que usualmente se desprende melancolía, recuerdo mi pueblo. Quilino, distante pero cercano, en su lengua saravirona significa "Pueblo de la Laguna". Nacido primero como un asentamiento aborígen en la actual Villa Quilino, los primeros pobladores llegarían y comenzarían una reubicación cuando el imperialista tendido de líneas ferreas determinó el crecimiento de la mayoría de los pueblos, a la vera de su trazado. Así nacería Estación Quilino. Pero eso es parte de una historia para la cual no voy a esforzar fechas, ni buscarlas, yo solo quiero dejar el significado de mi pueblo en mi humanidad. Pequeños pero eternos rastros de una niñez feliz en esas calles de tierra donde la siesta ardiente nos obligaba a reposar unas horas, o si la oportunidad lo permitía (es decir fugados libremente) salir al monte a rasparnos con los espinillos, las jarillas, a gomerear lagartijas o lo que fuese...
El sol de aquel norte querido es duro pero así también las realidades en muchos rincones del pueblo. Desde el ocaso de Cristalería Quilino, principal fuente de trabajo, se ha sumido en un lento proceso de desintegración; las voluntades se han subyugado a los politiqueros de turno, a las prácticas demagógicas de históricos personajes que aún buscan mantener su reinado... Mucha gente ha buscado nuevos horizontes y otros en cambio luchan diariamente contra ese sistema con la fuerza de su trabajo y sus creencias... No hay lugar como mi pueblo, pienso muchas veces, y seguramente existen muchos lugares donde permanecer, donde hacer, donde amanecer creyendo que es posible poco del todo utópico que uno lleva dentro. A veces la nostalgia vuelve a instalarse en mis ojos... Recuerdo mi escuela, a metros de mi casa paterna, las visitas a mi abuelo, ya fallecido, el patriarca hachero, luchador del silencio y la soledad con esa sabiduría del monte curtida en su piel... Y las calles polvorientas, ese aroma a flor de paraíso en verano, con su generosa sombra aliviando el calor del día... Los barrios y sus historias, sus sobrenombres, el odio y la pasión en muchos ojos, en ocultas habitaciones. Allí me quedan fugaces encuentros, y otros marcados por toda la eternidad. Algún amigo en cualquier esquina, los bodegones y la sed, la sed del pueblo en cada uno de sus rincones, en sus bares, en las guitarras empuñadas con el alma, bajo noches estrelladas y ardientes siestas... Ahí está el vino surcando las calles de mi pueblo, las arrugas de los rostros abatidos por la pobreza... Seguramente no me fui nunca en todos mis pequeños exilios desde los doce años cuando partí para completar el secundario... Desde allí estuve volviendo siempre (en mis sueños) aunque la ausencia estuviese quemándome por dentro... Cada día es volver menos, pero jamás habré de irme. Espero estar, permanecer en las calles polvorientas de Quilino, que mis hijos sigan conociendo ese lugar donde supe crecer como el quebracho, doblarme como la jarilla y renacer como las pencas azotadas por el sol... De la casa de mis viejos recuerdo lo mejor, una infancia feliz junto a mis hermanos, y ese crecer amparados por el amor de nuestros padres y la paz de un pueblo humilde... La Escuela Nacional, la cancha de Talleres viejo, la aventura de caminar hasta la laguna en primavera con los amigos de la primaria; los partidos de futbol en el barrio y una bicicleta que recorría cuadras y cuadras de diferentes matices... El aroma a mate cocido, a fritos, el gris penacho de un horno de barro y manos antiguas amasando bajo la sombra... Hoy, bajo estos postulados de moda rápida, frivolidad y consumismo, pienso en las pequeñas historias de mi pueblo, en su inmenso tesoro, en la dulzura de esos niños de pies desnudos con la sonrisa de barro... Pienso en eso, en mi querido monte y enjaulado, preso de mis necesidades acaso ansío liberarme para siempre y volver, volver agreste a los silencios de mi pueblo...
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muy bueno.
ResponderEliminarMuy bueno.
ResponderEliminarBella